El cardón es ese cáctus gigante que domina, altivo y quieto, todo el paisaje del noroeste argentino. Cuenta la leyenda que el Inca, al ver que el español esclavizaba y exterminaba a su pueblo, decidió organizar un ejército que le diera un golpe de muerte. Los guerreros se apostaron en lugares estratégicos al paso de los conquistadores, esperando la orden de ataque. Pero nunca llego: el rey fue capturado, torturado y asesinado. Sin embargo, ellos siguieron allí y pasó tanto tiempo que la Pachamama se apiadó, los adormeció, hizo que sus pies se fundieran en la tierra y los cubrió de espinas para que nada molestara su sueño. Aún hoy los vigías continúan en los valles y los cerros esperando para atacar, por fin, al invasor.

Este es un fragmento del friso que está en el patio de la Casa de Tucumán y que, entero, evoca el momento en que se produjo la declaración de la independencia argentina.
En él se pueden ver las marcas de los dedos de su autora, la facilidad de la artista para dar forma al barro de alfarero, la presión que ha hecho en los rostros de los hombres, la sutileza para manejar lo cóncavo y convexo. Íntegramente surge Lola Mora.

Aquí en Punta Pardela, Chubut, hay un santuario de ballenas francas. ¿Es justo que esos cazadores hijos de puta vean estos cielos?

Agua de los Esteros del Iberá. Agua del mundo. Agua de la humanidad.